En los archivos no abundan peripecias semejantes. Sí son innumerables las fracturas internas en un plantel o los cortocircuitos entre algún jugador y el entrenador. En Boca sucede un caso tan incomprensible como real: un grupo de futbolistas, que bien podría denominarse Las viudas de Riquelme, atenta contra la integridad de Julio César Falcioni. Esto no significa que vayan a menos, sino que se dedican a generar una atmósfera adversa, que sólo intenta desestabilizar al director técnico. Lo que no contemplan los amigos de Román es que, así, también perjudican al Xeneize, el club que los emplea y que muchos, engalanados en su hipocresía, dicen amar.
Riquelme y Falcioni nunca fueron compatibles. No obstante, el mediocampista, a pesar de su malestar evidente, fue importante en los logros que Boca obtuvo en la gestión de Pelusa. Falcioni, por su parte, aceptó las reglas implícitas y Riquelme jugó, incluso en el puesto de enganche que hubiera preferido desarticular con el 4-4-2. Cuando no estuvo Román, no faltaron los encargados de hacerle sufrir el rigor. El hostigamiento, las ofensivas y las rispideces secundaron cada paso que dio (y que da) el ex arquero.
Falcioni resistió a todo y a todos. Los resultados fueron su mejor paraguas, su caparazón indestructible. Asumió cuando Boca pensaba más en el promedio que en volver a ser campeón, y en menos de dos años ganó el Clausura 2011 y la Copa Argentina. Rozó el bicampeonato doméstico y llegó a la final de la Libertadores. Hoy el Xeneize tiene el segundo mejor promedio del fútbol argentino. Falcioni siente que su trabajo no es valorado. Le sobran motivos. Como “trofeo” le queda la supervivencia. Los libros dirán que Riquelme, aun con un contrato vigente, ejerció el sentimiento desde el sillón de su casa, mientras Falcioni persistió y no claudicó.
Así como Falcioni conserva sus detractores íntimos, enquistados en el propio plantel que conduce, también cuenta con el aval de quienes lo respaldan. Además de los resultados, lo apoya la mayoría de los dirigentes, con Daniel Angelici como principal exponente, que bancaron la salida de Riquelme. Y referentes de la talla de Leandro Somoza, Walter Erviti o Santiago Silva.
¿Por qué los enardecidos hinchas de Boca no insultaron a Pablo Ledesma tras el empate ante San Martín en vez de apuntar contra Falcioni? La posterior ovación a Riquelme anula el argumento del inconformismo por el bajo nivel del equipo, que es notorio y difícil de discutir. Por la incongruencia futbolística sí debe responder Falcioni, así como la autocrítica por haber fallado en el ítem de la armonía grupal; el resto le cabe a los que pretenden removerlo.
Las viudas de Riquelme (Clemente Rodríguez, Lucas Viatri, Diego Rivero, Ledesma y la cuchara del despechado Javier García, hoy en Tigre), que en cada palabra demuestran que su entereza espiritual depende del gurú ausente, van por Falcioni. ¿Y a Boca quién lo defiende?
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