La noticia estalló en julio. Los dirigentes del Al Wasl, sin previo aviso, decidieron echar a Diego Maradona, quien todavía tenía un año más de contrato con el club emiratí. Como es común en Diego, la estadía en Dubái estuvo plagada de amores y desencantos. Los resultados deportivos no fueron los esperados y la Junta Directiva entendió que era el momento ideal para buscar un nuevo entrenador que lograra “mejorar el rendimiento del equipo”, según admitió el vicepresidente de la institución, Mohammed bin Dukhan, a la agencia DPA.
Si bien pareció una medida repentina, sobre todo porque un mes atrás el Al Wasl había confirmado la continuidad de Maradona, la determinación se venía madurando. Diego era la atracción irresistible para un público desacostumbrado al foco central del mundo del fútbol. Diego sintió el cariño de miles de fanáticos que se rindieron ante la inmensidad de su figura. Pero a la serie de oscilaciones se le sumó una última imagen gris: frente a Al-Muharraq, en la final de la Champions del Golfo, tras ganar el partido de ida 3-1, perdió por el mismo marcador en la revancha y luego cayó en los penales.
Después del despido, y mientras negociaba la desvinculación, Maradona viajó a China para resolver asuntos legales vinculados al uso indebido de su imagen en la portada de un videojuego. También se hizo tiempo para trazar vínculos laborales. “Quiero entrenar en China. Deseo contribuir al desarrollo de los jóvenes futbolistas chinos”, expresó. Finalmente su declaración no fue más que un acto protocolar ante las preguntas de los periodistas locales.
En su regreso al país, Diego criticó la labor televisiva de los hijos de Claudio Caniggia e incluso se especuló con una propuesta para que irrumpiera con un programa propio, como ocurrió años atrás con La Noche del Diez. Arengó al alicaído plantel de Tristán Suárez (presidido por su amigo Gastón Granados) que salió a la cancha y venció 1-0 a Brown de Adrogué; cuando Leonardo Astrada tambaleó en su puesto, el nombre de Maradona se instaló como uno de los posible sucesores del Negro; y respiró aliviado cuando se frustró el desembarco de Diego Jr. a El Porvenir.
La realidad colocó a Diego otra vez en los Emiratos Árabes. Ya no como director técnico, sino en el cargo de Embajador Honorario de Deportes de Dubái. La movida presenta una lectura sencilla: para rescindir el contrato, Al Wasl debía abonarle a Maradona una montaña de dólares, entonces intercedió el Consejo Deportivo de Dubái y le ofreció al argentino una función con aroma a vacaciones paradisiacas. Todo por la misma extensión que le restaba cumplir en el Emperador. De este modo, los jeques evitaron una pérdida económica y a la vez se aseguraron la impronta de Diego, que genera adherencia en cualquiera de sus formas.
“Va a contribuir en la inspiración de la nueva generación de jugadores, para seguir el camino de la formación y perseverar para alcanzar los más altos niveles sociales y deportivos”, consideró Ahmad Al Sharif, secretario general del Consejo. Lo más probable es que Diego asista a ceremonias y sea la cara visible de un país en plena expansión futbolística.
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