El lunes 30 de julio no fue un día más para la lucha contra la violencia en el fútbol. En la Casa Rosada, Cristina Fernández de Kirchner, con la rúbrica de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), anunció el lanzamiento de un nuevo sistema de seguridad que se aplicará en los ingresos a los estadios. La medida abarca la implementación de lectores de huellas dactilares: “Es una herramienta tecnológica para controlar el acceso al espectáculo deportivo a aquellos que lo tienen vedado o se les va a vedar”, explicó el ministro del Interior, Florencio Randazzo.
La jornada estuvo signada por la impertinencia. Para entenderla hay que señalar un aspecto trascendental. “Será limitado el acceso por la ley de espectáculos deportivos, la 24.192, y los que no puedan hacerlo por derecho de admisión de los clubes, cuya lista la entregará a la AFA”, agregó Randazzo. Esto quiere decir que los dirigentes tendrán que designar quiénes integran la lista de vedados. Así, quienes montan negocios millonarios en nombre de la pasión podrán ingresar a las canchas con absoluta impunidad. Es difícil creer que los mismos dirigentes que apañan a las barrabravas sean los que les cierren las puertas.
Finalmente, el acto se trató de una puesta en escena que buscó proponer respuestas cuando aún no se clarificaron los interrogantes. La proclama sólo revoca las flacideces superficiales, pero de ningún modo profundiza la problemática que azota al fútbol argentino. La introducción de los avances tecnológicos en el ámbito de la prevención denota madurez, aunque no sirven si no son acompañados por determinaciones de fondo. Y en la Casa Rosada escasearon explicaciones serias sobre cómo se va a combatir la raíz.
Para el discurso de la Presidenta sólo cabe un calificativo: vergonzoso. Desvió el foco con anécdotas personales que nada tenían que ver con el eje de lo que había que informar y desnudó todo su desconocimiento en la materia. “Cuando iba a la cancha a acompañar a Néstor (Kirchner) lo que miraba eran las tribunas. Esos tipos parados en los paravalanchas, con las banderas que los cruzan, arengando, son una maravilla. Mis respetos para todos ellos. Sentir pasión por algo es también estar vivo”, consideró Fernández de Kirchner. Confundida, la Presidenta ignoró que le rindió pleitesías a los delincuentes que viven de prebendas y operaciones mafiosas, muchas veces concedidas desde las más altas esferas gubernamentales. Y además percibió fantasmas: “Últimamente se ha recargado mucho todo el tema de la violencia en el fútbol, las barrabravas y las hinchadas con una clara intencionalidad política”. ¡Hasta defendió el Sistema Penitenciario Nacional en respuesta a una tapa de Clarín!
“Las cosas más graves no pasan adentro de la cancha, pasan afuera”, aseguró la Presidenta. Lo que “pasa afuera” es lo que quiso distorsionar; por algo el sistema que se creó fue para denegarle la entrada a los que luego generan disturbios “adentro de la cancha”. Porque lo que “pasa afuera” es una red de connivencias, pactos y encubrimientos que nadie pretende obstruir. Si “las cosas más graves pasan afuera” sería conveniente que no haya tanta complacencia. De este modo, el Gobierno, la AFA y los dirigentes de los clubes afirman su postura pasiva. Con encabezar galas que emparchan no alcanza.
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