martes, 12 de abril de 2011

El laberinto de Ortega

Ariel Ortega supo pasear su imagen por todas las primeras planas de los diarios deportivos del país. Su quiebre de cintura acompañado por una gambeta indescifrable, más los goles alucinantes y una cuota de rebeldía deportiva siempre seductora para los espectadores, hicieron del Burrito una de las apariciones más importantes del fútbol argentino en los últimos veinte años. Ortega se transformó en una usina de talento, en un estandarte del lirismo. Pero un día a Ortega se le agotó el crédito y los verbos que catalogaban sus magníficas actuaciones comenzaron a escribirse en pretérito. El Ortega de la actualidad es diferente: lejos de su esplendor y cerca del final de carrera que nunca hubiera soñado, condicionado por una adicción ingobernable e inmerso en reiterados actos de indisciplina, el delantero terminó siendo protagonista por su endeble compostura fuera de la cancha, que restringió su rendimiento futbolístico.

En 2008, el primero que advirtió al jujeño fue Diego Simeone, quien no lo tuvo en cuenta para la temporada que se avecinaba. “La falta al entrenamiento no es una falta de respeto hacia mí, es una falta de respeto a sus compañeros”, explicó el Cholo. Luego de ser cedido a Independiente Rivadavia de Mendoza, donde no vivió una estadía feliz, Ortega regresó a River pero volvió a chocar contra su enfermedad. Leonardo Astrada, superado por las constantes ausencias a las prácticas, lo separó del plantel. Pero en abril de 2010, tres meses después de la decisión del Negro, Ángel Cappa asumió la conducción técnica del Millonario y, así, las esperanzas del Burrito resurgieron. El desembarco del bahiense parecía ser la transformación, sin embargo, la historia fue similar, aunque Cappa le dio a Ortega la posibilidad de jugar.

Tiempo más tarde, Juan José López lo relegó y el presidente del club, Daniel Passarella, le ofreció a Ortega firmar un contrato hasta junio de 2012 para que luego de su excursión por All Boys pudiera reinsertarse en River. El ledesmense aceptó y tras la rúbrica se fue a la institución de Floresta, donde tiene vínculo hasta el 30 de junio.

La pretemporada con el elenco que conduce José Romero resultó positiva. No obstante, Ortega tuvo que ser operado por una apendicitis antes de que comience el Clausura y se perdió el primer partido. Debutó en la segunda fecha, ante Vélez y en condición de visitante, pero con el transcurso del campeonato no logró estabilidad. Como consecuencia, Romero apenas lo incluyó en el banco de suplentes en algunos encuentros, más allá de que participó tres veces como titular. Además, el Burrito no se presentó a los últimos dos ensayos, quedó descartado para el cotejo que All Boys disputó frente a Tigre (ganó 1-0) y su continuidad se llenó de interrogantes.

Ortega, si bien expresa una tranquilidad nociva, pide ayuda a gritos. Se encuentra en un laberinto sin salida que perturba el normal desarrollo de su actividad profesional. El delantero, de 37 años, aunque le quede poca cuerda futbolística, aún es joven para programar la vida después del retiro. Un retiro que en realidad maduró desde que su enfermedad le puso un freno. Ortega debe cambiar. Y sobre todo porque si no se protege, cuando el fútbol le diga basta se va a topar con un panorama todavía más desolador.

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