
La elección del ataque constante no es saludable. Maradona sabe que las puertas del retorno están cerradas, por eso dispara con munición gruesa. Perdido por perdido, elige agredir. E incurre en un error. La relación entre Diego y Grondona se quebró y no hay vuelta atrás. En realidad si hasta hace poco se mantuvo la armonía fue porque las diferencias se emparcharon. Acercar dos posturas antagónicas cuando hay tanto ego en el medio se transforma en una tarea subyacente a la realidad.
Para los medios de comunicación, Maradona es dócil: los periodistas, que en su mayoría conocen los puntos débiles y saben por dónde hay que preguntar para obtener el ruido de la respuesta, no necesitan demasiado esfuerzo para que Diego suelte la lengua. Ahí el protagonista habla, acusa y, en algunos casos, cava su propia fosa. Maradona debe sumergirse en el más respetuoso silencio y desde allí empezar a planificar el futuro con sus colaboradores.
Maradona, sin haber sido menos que nadie, se despidió por el portón trasero. Un final indigno para un hombre paradigmático dentro de la historia del fútbol argentino. Pero aunque le cueste digerirlo, la Selección ya forma parte del pasado. Ahora lo más importante es lo que exhibe el horizonte. Para Diego, es hora de volver…
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