miércoles, 15 de julio de 2009

Enorme


Hablarán de mística. De Carlos Salvador Bilardo y Osvaldo Zubeldía y de la idiosincrasia que, décadas atrás, supieron derramar por 1 y 57. Porque la estirpe copera no se pierde. Y la esencia, a contratiempo con las urgencias que invaden a nuestro fútbol, tampoco. En algún lugar queda guardada, y aunque pasen los años, los dirigentes y los jugadores, continúa impregnada en lo más profundo de las entrañas de Estudiantes de La Plata. Tal vez sea el motor, el plus, la ventaja, esa luz de esperanza que brilla fuerte cuando nace una ilusión. La historia no juega ni entra a la cancha, pero, sin dudas, en algún rincón queda flotando.

Esta ilusión estuvo a punto de morir antes de sacar la cabeza: si el pibe Ramón Lentini no metía el testazo faltando 15 minutos la historia hubiese sido otra. Aquel gol agónico frente al Sporting Cristal de Perú hizo posible que Estudiantes accediera a la Fase de Grupos. Dentro de ella, quizás casualidad del destino, le tocó abrir fuego visitando al Cruzeiro en el Mineirao, escenario en el cual, cinco meses más tarde, dio la vuelta olímpica. Por aquel entonces el conductor del barco era Leonardo Astrada, quien decidió dejar su cargo tras caer ante el Deportivo Quito, una vez concluida la tercera fecha.

Se hizo cargo Alejandro Sabella, ícono en su paso como futbolista que iba a realizar su primera experiencia como entrenador. El debut en la Libertadores fue con goleada 4-0 al Deportivo Quito de Rubén Insúa. Aunque parezca mentira, el equipo que paró esa noche, salvo Marcos Angeleri y Agustín Alayes (lesionados), fue el mismo que salió en la noche de la consagración. Además, para alimentar el ego de los supersticiosos, otra perlita encontrada en el archivo: ese día Sabella hizo ingresar a Juan Manuel Díaz, Matías Sánchez y José Luis Calderón, los mismos tres que, desde el banco de suplentes, pisaron el césped en el partido decisivo. ¿Hay más? Sí. Sánchez y Calderón reemplazaron a Rodrigo Braña y a Gastón Fernández; un calco de lo ocurrido en la Final.

El trabajo de Sabella, por lo menos en lo numérico, fue contundente: siete puntos de nueve y acceso a Octavos de Final. Dentro de esos siete puntos, más allá del resultado arriba mencionado frente a Quito, hubo “venganza” hacia el Cruzeiro con un tanteador idéntico al del cotejo jugado en Brasil pero con el ganador invertido. El punto restante fue obtenido en Bolivia, contra Universitario de Sucre.

Para reafirmar el paso firme, 3-0 contundente al siempre duro Libertad de Paraguay en la ida de Octavos con paseo en el Estadio Único. Es cierto que el pésimo (y localista al extremo) arbitraje del brasileño Carlos Simón benefició al elenco de La Plata con un penal inventado que derivó en la expulsión del defensor paraguayo Miguel Samudio. La revancha, en tierras guaraníes, fue empate en cero y clasificación a Cuartos. Allí, Estudiantes se topó con Defensor Sporting de Uruguay, que llegaba entonado tras eliminar a Boca en la Bombonera. El Pincha cruzó el charco y se trajo un triunfo gracias al cabezazo goleador de Leandro Desábato. En el cotejo de vuelta el resultado fue el mismo. Leandro Benítez tomó una pelota muerta en el punto penal y disparó cruzado de derecha.

La euforia aumentaba y, en el camino, había que enfrentar al Nacional uruguayo en la serie correspondiente a la Semifinal. Debido a las lesiones de Alayes y Angeleri, ambos con rotura de ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda, se incorporó Rolando Schiavi, quien traía sobre sus espaldas tres definiciones de Copa Libertadores. El partido de ida se disputó en La Plata y fue para el conjunto argentino, por la mínima diferencia. La conquista fue de Diego Galván, que cabeceó un centro desde la derecha impulsado por Benítez. En realidad, la maniobra se originó a través de una salida rápida de Juan Sebastián Verón después de una falta en la mitad de cancha. Estudiantes cerró su tarea con una victoria importante en Uruguay. Fue 2-1 con dos goles de Mauro Boselli. Segunda instancia Final seguida que disputaba la institución en certámenes internacionales; por la Sudamericana, a fines del 2008, cayó ante Internacional de Brasil.

Esperaba el Cruzeiro, equipo que tenía a Juan Pablo Sorín entre sus filas. En el Estadio Único, los dirigidos por Adilson Batista plantearon un partido fuerte, en contraposición al juego vistoso que suelen desplegar los combinados cariocas. Como consecuencia del juego brusco, Verón terminó con una herida cortante producto de un codazo de Ramires, volante Azul. Estudiantes tomó la iniciativa pero chocó con el arquero Fabio, quien redondeó una actuación superlativa. Fue empate y los brasileños, confiados, se volvieron creyendo que la obtención de la Copa era un trámite. Pero una semana después, en el Mineirao, el Pincha sacó pecho y respondió. Se paró de manera inteligente y supo quitarle ritmo al partido. Con Verón como equilibrista, el primer tiempo transcurrió entre pierna fuerte y pocas acciones. En el complemento, Henrique rompió la igualdad pero la Gata Fernández y Boselli dieron vuelta la historia. Estudiantes supo cuidar la diferencia, Cruzeiro no encontró los caminos y la fiesta se vistió de Rojo y Blanco. Los hinchas tuvieron que esperar 39 años para ver de nuevo a su equipo campeón de la Libertadores.

Estudiantes se lo merece. Fue el mejor a lo largo de toda la competencia e hizo méritos suficientes como para agrandar su vitrina y su rica historia. Boselli, con ocho goles, se transformó en el máximo artillero de la Copa. Dejando de lado la camiseta, triunfó el fútbol argentino, por eso la alegría es de todos los que amamos este deporte. Felicitaciones a Sabella y a los jugadores. Si bien faltan muchos meses, se viene el Mundial de Clubes, donde podría darse un cruce con el Barcelona de Lionel Messi…

Mencionar a Verón como la máxima figura puede ser arriesgado. La Bruja es el emblema, el toque de calidad, la frescura y la juventud en el cuerpo de un “veterano”, la cabeza fría y el corazón caliente, el símbolo, el mejor nexo entre el hincha y lo que sucede dentro del campo de juego. Pero hay que destacar la solvencia de Mariano Andújar, líder silencioso que se hizo grande a fuerza de atajadas fundamentales. La firmeza que adjuntó Schiavi y la complementación con Desábato. El coraje de Braña y la sociedad de lujo con el 11. Las surcadas de Enzo Pérez y de Benítez, más la cuota de Diego Galván. Y el talento de la Gata. Y los gritos de Boselli… Y claro, la eficiente dirección de Sabella, otro campeón del perfil bajo. Como siempre en los grandes logros, triunfa el rendimiento colectivo por sobre el individual, y cuando esto ocurre, se cosechan éxitos de semejante calibre.

De aquel Apertura 2006 quedó la base. Ya no están Diego Simeone, Pablo Álvarez, el Tano Fernando Ortiz, José Sosa y Mariano Pavone. Y a pesar de que la columna vertebral cambió, el poder de la esencia sigue vivo, latente e intacto. No se pierde. Si estuvo guardado en un cajón, Sabella y sus muchachos supieron sacarlo a relucir, una vez más. Eso se llama tocar la gloria con las manos.

El cielo de Estudiantes se abrió para darle lugar a una nueva estrella, la cuarta con sello de Libertadores en sus 103 años de vida…

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