Todos se acuerdan de Naohiro Takahara. Del pasto que levantó en aquel remate fallido ante Colón. Del gol a Lanús con el arco vacío. De su personaje pintoresco. Y de un paso fugaz que fue más comercial que futbolístico. Pero mucho antes de que a Mauricio Macri se le ocurriera explorar el mercado asiático hubo un japonés en Boca que sí hizo historia, aunque no muchos lo conozcan. La diferencia con Takahara es que éste no era jugador.
Kanichi Hanai perdió a su padre en la guerra ruso-japonesa de 1904 y llegó a la Argentina luego de vivir un tiempo en Europa. Según cuenta el portal Ecos del Balón, Kanichi “tenía estudios de anatomía, jiu-jitsu y gimnasia, y se especializó en dar clases de esto último a la policía de las dos orillas del Río de la Plata. Una vez, viviendo en Dock Sud, lo llevaron a ver un partido entre el local y Huracán, cayó lesionado uno de los delanteros y Hanai se ofreció a asistirlo allí mismo, mientras aún se estaba disputando el encuentro. Tanto sorprendieron sus habilidades que ese mismo día fue contratado para las funciones de masajista y recuperador de lesionados”.
Hombre de la zona, Hanai desembarcó en Boca y comenzó a trabajar como kinesiólogo del plantel de Primera. Pronto se ganó el cariño y la amistad de los fenómenos que tenía el Xeneize en su equipo. Uno de los cracks que pasaron por las manos mágicas de Hanai fue el delantero Francisco Pancho Varallo, quien hasta la aparición de Martín Palermo fue el máximo goleador de la historia de Boca. Varallo, que durante el Mundial de 1930 sufrió una lesión de rodilla de la que nunca se pudo recuperar bien, solía utilizar periódicamente los servicios del japonés para contrarrestar la inflamación. Así tejieron un vínculo muy fluido.
Una porción del éxito del Xeneize en la década del treinta se debió a Kanichi. Boca se coronó campeón en 1934 y 1935 con artífices de la talla de Juan Elías Yustrich, Pedro Arico Suárez, Roberto Cherro, el paraguayo Delfín Benítez Cáceres, el brasileño Domingos da Guía y Ernesto Lazzatti, entre otros. El entrenador era Mario Fortunato. En muchas fotografías de la formación de esa época se lo ve a Hanai, con bigotes y anteojos, acompañando a los jugadores.
Pasaron los años y a Hanai le pegó la vejez, como a cualquier mortal. Estuvo enfermo y su salud se deterioró a tal punto que la muerte era un desenlace irremediable. Por todo el afecto que le tenían, los futbolistas profesionales de Boca lo acompañaron hasta el final. En la agonía de su vida, agarró del brazo a Varallo y le hizo un último pedido: “Yo morir y quiero que vos Varallo con Lazzatti, Cherro, Fortunato y Menichelli (Fernando, un boxeador muy ligado al club) lleven el ataúd…”.
Finalmente, Hanai falleció el 21 de julio de 1939. “Fue uno de los momentos más tristes de su carrera deportiva”, escribió Rubén Mario De Luca, sobrino de Varallo, en un libro sobre el ex atacante. Los jugadores cumplieron el deseo del japonés y cargaron el ataúd.
Para Varallo también pasó el tiempo. Cuando estaba cerca de cumplir cien años –cuenta De Luca en El cañoncito Varallo: su vida y sus goles-, Pancho fue atendido por un joven masajista descendiente de japoneses al que al verlo ingresar a su habitación llamaba instintivamente “Kanichi”.
Artículo publicado en la columna de Camilo Francka en TyC Sports, en Blanco y Negro.
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