jueves, 7 de junio de 2012

Día del Periodista: monopolio y monopolizadores

El Día del Periodista en la Argentina impone un debate indispensable para entender bajo qué circunstancias se desarrolla la profesión en el país. Probablemente la discusión no termine nunca, y está bien que así sea. La extensión y la intensidad son las únicas maneras de desentrañar el espíritu de los periodistas en un determinado contexto político, social y económico. La génesis en el “pasado cercano” marca un acontecimiento relevante: la ruptura del lazo que unía al Gobierno (ayer de Néstor Kirchner, hoy de Cristina Fernández) con el Grupo Clarín. A partir de entonces, ¿cuál es el rol que ocupan los periodistas? 

La fragmentación produjo una división tangible entre “ellos y nosotros”, entre “blanco y negro”, entre “ricos y pobres”. Uno de los precios más caros que se pagaron fue la pérdida del valor de la palabra “colega”. El periodismo (y sobre todo los periodistas, que son quienes lo ejercen) resignó el sentido real de su existencia, que como aspecto esencial resalta la verdad, la credibilidad y la transparencia. ¿Cómo dos periodistas pueden sostener el rótulo de colegas si no persiguen los principios básicos de la profesión que los nuclea? Si las partes traicionan el compromiso, no hay contigüidad posible. 

El cuadro actual no sólo es culpa del kirchnerismo. En definitiva, fue el único movimiento estatal que enfrentó a los grandes grupos dominantes que monopolizaban los medios de comunicación y que en algunos casos habían usufructuado ligazones genocidas. Hasta ahí es difícil rebatir. Lo que carece de sensatez es la tendencia al oportunismo, que no sólo se expresa en la órbita periodística, sino también en las políticas aplicadas en YPF y el sector agropecuario, por citar dos ejemplos resonantes. O que la vigencia de la flamante Ley de Medios, incuestionable y obligatoria, choque contra la compra de Cristóbal López a Daniel Hadad, que le vendió un canal de televisión y cinco emisoras radiales. 

La batalla encarnizada que propone la aristocracia, embanderada tras Clarín y La Nación, ofrece el fiel pantallazo de la anarquía mediática, donde todo está permitido, donde ensuciar al otro significa limpiar las miserias internas. Al sentir que los privilegios y la explotación económica corrían riesgo, estas corporaciones denostaron cualquier medida gubernamental, y precisamente no ponderaron la verdad periodística, sino que salieron en defensa de sus negocios y de sus negociados. 

Pero volviendo a lo trascendental, que es el papel de los trabajadores, cabe recordar que en el medio del conflicto hay periodistas. Los periodistas, por inercia o convicción, se plegaron a la corriente partidaria, a la balacera indiscriminada. Llegará el momento en que habrá que realizar una introspección general que desemboque, primero, en una autocrítica profunda, y luego en un camino evolutivo. 

El monopolio principal es empresarial, sí, pero también es de los periodistas, de los pocos que copan los canales masivos y se olvidan que un precepto fundamental es la pluralidad. Es fácil desligar culpas; y es difícil admitir que no abunda la inclusión. El sistema se configuró para una porción minoritaria. La propensión debe someterse a un cambio radical.

Llegará el momento en que los periodistas responderán por sus propias necesidades y se rebelarán ante el kirchnerismo, el Grupo Clarín o quien sea, por lo menos para demostrar que la profesión supera cualquier guerra de colosos. Al kirchnerismo y al Grupo Clarín no hay nada que los seduzca más que acentuar su hegemonía. La insignia política es la conveniencia de ocasión. Mientras tanto, ¿quién paga la sangre del periodismo y de los periodistas? Cuando los periodistas asuman la mediocridad que prevalece en el poder (político y económico), el periodismo va a ser mejor.

Hoy se conmemora el Día del Periodista porque el 7 de junio de 1810 se publicó el primer número del periódico Gazeta de Buenos Ayres, fundado por Mariano Moreno. Uno de los postulados del diario decía: “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes”. Trasladado al presente, aunque el pueblo no tenga exactitud con respecto a las conductas de sus representantes, sería bueno volver a las fuentes. En la travesía brotarán las subjetividades, pero sobre todo una gran certeza: esta reguera conduce al vaciamiento periodístico.

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