La imagen final subyugó la situación. Fernando Torres, Didier Drogba, Frank Lampard y Petr Cech, entre otras estrellas, festejaban la proeza en un Camp Nou abatido. La alegría del Chelsea pintó la tristeza del Barcelona, que aún en la derrota mantuvo su condición de gigante. Porque el Barcelona gana hasta cuando pierde, y la muestra cabal se halla en los rostros de los futbolistas del Chelsea. El mérito de los ingleses fue haber desarrollado la interpretación, porque sabían que para bajar al coloso no alcanzaba el peso de las individualidades. El ignoto Roberto Di Matteo, quien llegó como piloto de tormenta tras la destitución de André Vilas-Boas, entendió que la defensa y la especulación eran las principales armas de su tropa. Los jugadores, despojados de su inmensa categoría, se redujeron a la mínima expresión: el objetivo global era más importante. Así, el Barcelona consiguió que uno de los mejores equipos del mundo lo enfrentara como si fuera pequeño.
“Sabemos que no es de lo más bonito, pero no podíamos jugar de igual a igual. El Barcelona es el mejor del mundo”, aseguró Torres, el autor del gol que sentenció la clasificación. La sinceridad del delantero expuso la mentalidad del Chelsea, que instrumentó herramientas lícitas para neutralizar el “fútbol total” del conjunto culé. A veces los actos explican más que un centenar de palabras. En los dos partidos de la semifinal, el Barcelona tuvo la pelota más del 70 por ciento del tiempo y no logró vulnerar el cerrojo londinense. Cuando progresó, se chocó contra Cech, los palos y el travesaño. En contrapartida, la mayor virtud del Chelsea fue haber internalizado la inferioridad para luego convertirla en parte esencial de la resistencia.
El Real Madrid de José Mourinho no salió ileso cuando se replegó ante el Barcelona. Cuando Torres reconoce que el modo “no es de lo más bonito” no se equivoca, aunque defenderse también es un arte que requiere meticulosidad. El Chelsea predominó por su disciplina táctica y, fundamentalmente, por no incurrir en acciones violentas, más allá de la irresponsabilidad de John Terry. La combinación lo hace merecedor del pasaje a Múnich. Vale realizar una salvedad: la matriz de los de Di Matteo es distinta a la que ofreció en la serie; sólo se adaptaron a la magnitud del rival.
Es cierto que el Barcelona no redondeó una producción destacada. De haberlo hecho, el Chelsea hubiera quedado eliminado. Sin embargo, hay mucho contenido detrás de la caída. La reputación mundial del Blaugrana no se quiebra. En los tropiezos se ven los valores (ideológicos y morales) de un grupo; el Barcelona brindó una cátedra de entereza espiritual, de respeto propio y admiración ajena. Una lección para vencedores y vencidos. La paciencia infinita es otro rasgo de la nobleza de este equipo, que no traiciona sus principios ni en los momentos de presión extrema. El Barcelona no perdió más que la posibilidad de acceder al partido decisivo: la naturaleza continúa intacta. El otro deber, el de la historia y la huella eterna, está cumplido.
El Barcelona comprendió que la derrota no es sinónimo de fracaso. Es fascinante cómo asimiló el golpe, a pesar del dolor circunstancial. Josep Guardiola, el reflejo externo de lo que ocurre en la cancha, cristalizó: “Ahora sólo nos queda felicitar al Chelsea por su trabajo defensivo”. Y Andrés Iniesta lo siguió: “Hay que felicitar al Chelsea, es lo que tenemos que hacer”. Es que cuando gobierna la seguridad, no se necesitan excusas para afrontar la realidad.
En los próximos días Guardiola se reunirá con Sandro Rosell y definirá su futuro. Aunque es aventurado anticipar la determinación del entrenador, todos los ciclos terminan y es imposible perpetuar el éxito. Si Guardiola se va, posiblemente el culé no sea el mismo. Si se queda, podrá seguir escribiendo capítulos notables. Todavía hay un plantel vigente, con exceso de potencial para explotar. El techo por ahora no asoma en el horizonte. No obstante, pase lo que pase, prevalece una certeza absoluta: el fútbol cambió desde la irrupción de este Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario