
“Va a jugar el que está mejor”, suelen aseverar los directores técnicos. Sin embargo, no son muchos los que cumplen la premisa. Desde el punto de vista deportivo, la resolución de Falcioni es sustentable. ¿Por qué? Porque el semestre pasado Riquelme nunca estuvo en condiciones físicas para salir a la cancha, se lesionó seguido y en 2011 no sumó minutos en los torneos de verano. Además, Falcioni, un amante legal del 4-4-2, consiguió solvencia con su esquema predilecto. Por su parte, Riquelme hace fuerza más con sus antecedentes que con su presente, porque en los últimos tiempos no pudo conseguir estabilidad en la continuidad y, por consiguiente, en el rendimiento.
Pelusa hace uso y mención de la potestad que le dieron los dirigentes cuando lo contrataron. Falcioni cobra un sueldo y Boca le paga para que tome decisiones. Ahí florece la verdadera capacidad de un entrenador. El que se equivoca menos es el que maximiza el potencial de los jugadores. Falcioni calcula y va tras su creencia. Incluso, sumido en un alud de persuasión, relegó a Walter Ervitti, quien llegó al Xeneize por expreso pedido del director técnico. Eso, sin dudas, provoca que en Falcioni aumenten las acciones de la credibilidad.
Jorge Amor Ameal, como principal autoridad del club y como gran impulsor del desembarco del ex orientador de Banfield, carga parte de la culpa en el cortocircuito entre Falcioni y Riquelme. ¿El presidente no sabía que Falcioni jugaba sin enganche? Los fundamentos de la elección son un enigma que sólo Ameal puede dilucidar. En un año electoral, y después de dos ciclos interrumpidos (Abel Alves y Claudio Borghi), Ameal necesita calma para ordenar su futuro político, aunque en esta disputa pierde más de lo que gana. Sus últimas medidas medulares fueron la designación del nuevo entrenador y la renovación del contrato de Román. Pero ahora ve que las fichas no logran relacionarse y si Boca no gana puede ser el principio del fin.
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