jueves, 6 de mayo de 2010

Una muestra más de impunidad


Las barrabravas son un cáncer maligno dentro del enorme monstruo. Fueron paridas en las entrañas mismas del fútbol argentino. Y hoy se alimentan de una fuente inagotable que tiene raíz en el corazón de las instituciones, los planteles profesionales y el poder político nacional, entre otros manantiales. Beben el protagonismo que le dan los protagonistas, por eso en el negocio son actores principales. Forman parte del gran combo, son tomadas con total naturalidad por los hinchas genuinos. Están relacionadas a la vida cotidiana de los clubes y hasta poseen un poder de decisión capaz de doblegar la voz, por ejemplo, de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Cuando un barrabrava se sube al alambrado y obliga a suspender un espectáculo deportivo, está direccionando un mensaje: bajo qué reglas se juega; quién es el que manda. La vertiente creció tanto que la inundación postergó cualquier maniobra persuasiva, aunque la voluntad para destapar a quienes se encuentran cubiertos por la manta de la impunidad brilla por su ausencia.

Gran parte de los futbolistas son cómplices de una situación que no se puede ocultar ni con ocho toneladas de maquillaje. Quejarse es fácil cuando se atraviesan situaciones delicadas, pero difícil resulta denunciar con nombre y apellido. El motivo de la complejidad nace en una perturbación que bloquea: el miedo. Luego, un tanto más preocupante es la falta de compromiso, el hecho de delegar en otro la responsabilidad que cada individuo debería asumir en primera persona. En definitiva todos son partes que componen la estructura integral. Juan Román Riquelme es un excelente jugador, gran estratega y generador de juego. No obstante, el volante realizó una maniobra proporcional a la desorientación que generan sus fintas dentro de la cancha. Según informó el sitio web de Tyc Sports, Riquelme no ratificó ante la Justicia las declaraciones que realizó con respecto a una supuesta apretada de La 12. Así, el ex hombre del Villareal le dio un voto de confianza a la impunidad con la que se mueve la barrabrava de Boca.

Los organismos de seguridad, a pesar de aflorar ineficacia, no dan abasto porque el sistema se instaló con goteras por todos lados. Cuando los hechos de violencia figuran en primera plana, los dirigentes se dedican a desligar responsabilidades, como si fueran sapo de otro pozo. Si tampoco Julio Grondona, quien admitió la connivencia entre los directivos y las barras, se pone firme, por el horizonte no asomará ninguna solución factible. Al mismo tiempo, los futbolistas miran sólo lo que desean mirar y, por lo bajo, ayudan a los vándalos.

¿Quién pisará el freno?

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