domingo, 31 de enero de 2010

El final inexorable


Los capítulos con tinta pesada terminaron escribiendo el final inexorable de una historia enredada desde la cuna. La pérdida de Pedro Pompillo no significó sólo el deceso físico de una persona querida y respetada dentro del ambiente del fútbol, sino también un descalabro institucional que, tiempo después, con los resultados (deportivos y políticos) sobre la mesa, dejaría a Boca inmerso en una nebulosa gigante. La asunción de Jorge Amor Ameal, a quien por orden jerárquico le correspondía agarrar las riendas del club, poco contribuyó a la hora de limpiar los nubarrones que sobrevolaban. Desconocedor confeso de todas las cuestiones relacionadas al fútbol, el nuevo presidente Xeneize quiso tomar el toro por las astas y decidió apostar fuerte de entrada, en la primera jugada importante, la que algunos consideran las más importante. En el truco, dicen, la mano inicial vale oro. En boxeo, el que pega primero es el que, virtualmente, pega dos veces. Eso pensó Ameal cuando fue a buscar a Carlos Bianchi para que se calzara el buzo de manager. Resultaba un piletazo lógico: quién mejor que el Virrey, hombre vanagloriado por el hincha, como carta de presentación. Sin embargo, como la pelota no posee ningún tipo de semejanza con la matemática, el tiró salió disparado por la culata.

Ameal puso la balanza con un solo platillo y, de esa forma, dejó de lado el efecto colateral que podía producir el desembarco de una figura del tamaño de Bianchi. Está claro que las decisiones se toman en pos de desembocar en logros y éxitos, pero los papeles previos también pueden ser traicioneros. Antes de tener que corregir sobre la marcha, siempre es conveniente pisar firme de entrada. La contratación del entrenador más ganador de la historia de Boca trajo polémica desde el principio. El contrato suculento por tres años que firmó el ex director técnico de Vélez generó dudas. Además, la inclusión de Bianchi como principal referente del fútbol, por decantación, relegó a dos dirigentes que venían cumpliendo esa función, sobre todo en cuanto a incorporaciones: José Beraldi y Juan Carlos Crespi. Para que una parte entre a cualquier lugar, hay otra que debe ceder. Y allí se dio una historia que, seguramente, Ameal creyó que iba a poder resolver sin que la chabacanería asaltara la escena principal. Segundo gran error del presidente. Como ocurre en el teatro de revista, los que están quieren seguir estando en la marquesina, mientras que los que vienen atrás se esmeran para situarse en los primeros lugares. Bianchi, con el peso propio de su nombre, opacó a los que estaban, y después, por ejemplo, con Crespi nunca tuvo diálogo. Ah… Tiempo después, debido a las presiones, se anunció que el salario de Bianchi había sido reducido considerablemente.


Ameal, de cuero poco curtido en el ambiente, confió en Bianchi como una solución. Encendió el motor de su gestión con el ancho de espadas. Jugó un pleno a la cabeza calva y fue a ganador. Nunca, ni en la peor pesadilla, imaginó que él mismo iba a parir a quien resultaría el apuntado de todos por los malos dividendos. Bianchi empezó a trabajar. Carlos Ischia, ayudante de campo y fiel ladero en los momentos de toparse con la gloria deportiva, manejaba los hilos del plantel profesional. Después de un primer año dulce, con obtención del campeonato local y eliminación en semifinales de la Copa Libertadores (sin el Virrey dentro de la institución), tras el desembarco de Bianchi, las pálidas brotaron del suelo. El equipo nunca encontró el rumbo, los pequeños murmullos internos tomaron relevancia y la relación de amistad eterna entre Bianchi e Ischia, al igual que Boca en su totalidad, ingresó en una curva descendente. ¿Cómo terminó todo? Ischia dejó su cargo con el Xeneize deambulando por lo bajo de la tabla, Bianchi no se esforzó por retenerlo y, así, a barajar y dar de nuevo.


Con la salida de Ischia consumada, Bianchi se topó con una encrucijada importante: elegir el nuevo entrenador de Boca. Y al igual que en el caso de Ameal, la primera mano del Virrey, acaso la más importante, terminó con un desenlace que pintó de cuerpo entero lo que fue su estadía como manager. Trajo a Alfio Basile, aunque algunos cuentan que la movida incluyó más inercia que convicción. Si bien se trata de una versión incomprobable, los hechos no la desmienten. El cinco de cinco del primer ciclo del Coco era el antecedente fresco, pero, se sabe, no se puede vivir del pasado. Entre lesionados, suspendidos y seleccionados, Basile jamás logró “los once de memoria”. Los resultados fueron elocuentes. Cuando parecía que la esperanza renacía, un River juvenil maduró de golpe, bailó a Boca en el primer clásico veraniego y, en la crónica de un final anunciado, Basile abandonó la dirección técnica. Los dardos de retirada que lanzaron Jorge Ribolzi y Carlos Dibos, en clara representación del Coco, le pusieron el moño a una salida desprolija.


Otro ítem que le cuestionaron a Bianchi fue en el rubro refuerzos. Los problemas económicos y financieros de Boca son indisimulables. Lejos quedó la billetera potente que usó Mauricio Macri para armar el elenco que salió campeón de todo bajo la batuta de Basile (sumó a Federico Insúa, Daniel Díaz, impulsó a Daniel Bilos, entre otros). En la confección de la parada brava, que decidió afrontar con el Coco a la cabeza, en el momento de traer jugadores no tuvo suerte. Gary Medel, Federico Insúa y Ariel Rosada, en los cálculos previos, eran firmas seguras. Sin embargo, ninguno de ellos rindió como se esperaba. La cercanía de Mauro Bianchi, hijo de Carlos, en la representación de algunos futbolistas que llegaron (Matías Giménez es un ejemplo) tampoco fue bien vista. De esta forma, se agregó un nuevo condimento negativo a la larga lista.

Dentro de un contexto visiblemente desfavorable, el intento de Bianchi como manager fue sumando desazones hasta concluir con un cierre imposible de eludir. La omnipotencia perjudicó al Virrey. Señaló a la prensa mientras sus “enemigos” estaban dentro de la Comisión Directiva. Peleó contra todo y contra todos, incluso impulsó entredichos innecesarios con integrantes del plantel (Martín Palermo). Acostumbrado a triunfar, Bianchi, amparado en un ego gigante, buscó despotricar contra terceros para no asumir el fracaso personal. No siempre se puede ganar. Es el riesgo que se corre con personalidades altamente egoístas. Un riesgo que Ameal, con la inexperiencia a cuestas, no supo vislumbrar.


Boca se encuentra en un momento de transición importante. En junio habrá una depuración del plantel. Y volver a vivir épocas gloriosas dependerá de la idoneidad de los dirigentes. Mientras tanto, Bianchi volverá a su casa para ver si logra despertar al director técnico que aún duerme la siesta. Sería el mejor remedio para volver a la realidad tras esta efímera aventura.

1 comentario:

  1. IMPECABLE CAMI !! , ...Más claro imposible !.
    Tenés un gran futuro por delante !!!

    ¡ FELICITACIONES !!

    Abrazo;

    Sonia.-

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